Los caminos cortos rara vez llevan a ningún lado. Si el PSG quiere convertirse en un equipo de referencia en Europa –y esto se podría aplicar también al Manchester City- necesita convertirse antes en un equipo y no en una atracción de feria.
Corre el minuto 44 de la primera parte y el Real Madrid está en la UVI. En un partido parejo, con oportunidades para ambos lados y dominio alterno, el París Saint Germain viene de adelantarse 0-1 aprovechando un contraataque con rechace incluido. En el Bernabéu arrecian los murmullos y comienza algo parecido a la resignación. Es el escenario soñado para los de Unai Emery: las inseguridades del rival, unas inseguridades que le tienen a diecisiete puntos del líder en su liga, por fin materializadas en el marcador.
Todo apunta a que se llegará al descanso con ventaja visitante cuando Toni Kroos entra por el vértice izquierdo del área. No parece una jugada especialmente peligrosa porque la defensa está bien colocada y el alemán no va sobrado de huecos, pero Lo Celso decide ponerle el brazo en el hombro y tirar lo suficiente de la camiseta como para que el árbitro pite penalti. Doscientos veintidós millones gastados en Neymar, ciento ochenta gastados en Mbappe, una temporada inmaculada… y todo se viene abajo porque un tal Lo Celso decide cometer un error de juvenil.
Podemos pasarnos horas discutiendo sobre si la jugada merecía ser considerada penal o no. Da igual. Cada año, el París Saint Germain se empeña en buscar todo tipo de coartadas para seguir ocultando la falta de profundidad en su plantilla y la falta de temple en la alta competición. Ganar la Champions League no solo implica gastarse un montón de dinero en dos o tres grandes jugadores sino saber que cuando vas al Bernabéu o al Camp Nou o al gran estadio que te toque no puedes agarrar a una superestrella rival dentro del área salvo que te vaya la vida en ello.
No acaba ahí la cosa. En la segunda parte, el PSG retoma un cierto dominio –no excesivo, tampoco exageremos- y el cambio de Cavani por Meunier parece dar equilibrio y, paradójicamente, verticalidad. Son los momentos clave de la eliminatoria: el partido va 1-1, un resultado fantástico para los visitantes y quedan solo diez minutos. El Madrid es el Madrid, de acuerdo, pero un Madrid con Lucas Vázquez, Asensio y el intermitente Bale en el campo. Un Madrid que ha renunciado a dominar y parece incluso conformarse con haber evitado el desastre.
Y entonces, minuto 83, de nuevo cuando más cuenta la experiencia, Asensio agarra otro balón en apariencia intrascendente en un área poblada por defensores parisinos y centra un poco a lo que salga. La pelota va mansa a los dominios del portero, pero Areola sale mal. Sale tan mal que en vez de blocar, solo acierta a despejar… y el despeje es al medio, suave, una invitación al delantero ajeno. Por si eso fuera poco, el delantero ajeno resulta ser Cristiano Ronaldo, el máximo goleador de la historia de la competición, y la cosa solo puede acabar con el 2-1, por supuesto.
Ya en la primera parte se había dado una situación similar, en la que un pase horizontal al área sin excesivo peligro había derivado en un despeje al medio por parte de Areola que no acabó en gol de milagro. Esto no quiere decir que estemos ante un mal portero, porque tuvo otras acciones de enorme mérito, pero de nuevo se trata de un error de bulto, casi propio de un juvenil, de los que echan abajo un proyecto. Insisto: cuatrocientos millones de euros gastados en dos jugadores para que el portero despeje al medio de su área pequeña balones cruzados sin peligro. Incluso en el 3-1 de Marcelo podría haber hecho algo más, pero estaba mal colocado, vencido ya de antemano y sin posibilidad de atajar con el cuerpo un balón bien pegado pero a media altura y que acabó entrando por su palo.
Nada más acabar el partido las críticas de las redes sociales y de buena parte de los periódicos deportivos se centraron en el entrenador y el árbitro. Todo el mundo sabe que el entrenador y el árbitro son siempre, en todos los partidos, sea cual sea el club implicado, los responsables de cualquier derrota. En el recuerdo estaba la hecatombe de este mismo París Saint Germain el año pasado en el Camp Nou, cuando recibió tres goles en los últimos diez minutos y acabó eliminado pese a haber ganado 4-0 en la ida, una de las grandes remontadas de la historia de la competición.
Lo curioso es que nadie mencionó los errores individuales. Nadie mencionó la extrema casualidad de que un equipo se venga abajo dos años seguidos en los minutos clave, los que decidan las eliminatorias. No creo que haya un entrenador que les diga: “Cuando la presión suba, entrad en pánico, despejad de cualquier manera y hacedlo todo al revés”. No alcanzo a ver la culpa de Emery en todo esto, sinceramente. Me molestan las coartadas de los jugadores y más aún las coartadas de los presidentes. La diferencia entre el Real Madrid y el PSG este miércoles no estuvo en los banquillos ni mucho menos estuvo en los sueldos. La diferencia tenía que ver con el hecho de que el decimotercer jugador de la plantilla madridista ya había ganado dos Champions y algunos titulares del equipo visitante no habían pisado ni un encuentro de octavos de final.
Los caminos cortos rara vez llevan a ningún lado. Si el PSG quiere convertirse en un equipo de referencia en Europa –y esto se podría aplicar también al Manchester City- necesita convertirse antes en un equipo y no en una atracción de feria. Emery no tiene la culpa de que sus jugadores desaparezcan en los momentos clave y que las estrellas decidan pasar una semana entera de fiesta cumpleañera justo antes del partido más importante del año. En el Madrid están hartos de jugar partidos así y si ganan, año tras año, no es por la suerte ni por el árbitro ni por una especie de mística con la competición: es porque no cometen errores… y mucho menos en los momentos clave.
Queda, con todo, el partido de vuelta y no se puede decir que estemos ante un marcador definitivo, pero para que la eliminatoria tenga sustancia tienen que darse muchas cosas a la vez: en primer lugar, el PSG tiene que ganar en seguridad y autoestima. Los líderes tienen que liderar y los obreros tienen que entender la exigencia de la situación y no cometer ni un solo error. Da igual lo que les diga Emery y da igual lo que les pague el jeque: si el Lo Celso de turno sigue pecando de pardillo, volverán a perder. Los “viejos clubes”, como los “viejos partidos” en política entienden las reglas mejor que nadie porque las han marcado ellos. Si alguien quiere destronar al rey tendrá que buscar armas que vayan más allá del titular de portada. Y, sobre todo, tendrá que dejarse de excusas y obligar al Madrid a abdicar. El Tottenham lo hizo en la fase de grupos, pero la fase de grupos, y los blancos lo sabe mejor que nadie, no sirve absolutamente de nada. ¿Qué hará el PSG? No lo sabemos. En juego no está el futuro de un entrenador sino el de un modelo.
Por Guillermo Ortiz, Letras Libres.
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